25 de agosto de 2008

Algodón 100%

Esta mañana me despierto con el interruptor encendido. Suena la música lejana, como una tormenta que se avecina. Las nubes son pequeñas hordas de murciélagos que pretenden la noche a pleno sol, y el sol… el sol es un tambor con el cuero roto.


Me despierto lentamente, como si en realidad no quisiera despertar a nadie. La visión a ráfagas de mi pequeño mundo sólo me permite volver a abrazar la almohada, como si ese cuerpo de tela pudiera dejar de confundirme. Pero no lo hace. Yo también siento ser de algodón.

Hago un esfuerzo para no dedicar ninguna canción a nadie, pero la borrasca avanza imparable y los murciélagos acaban colgándose en las líneas del pentagrama; es imposible no ponerles nombre. A cada nota su nombre, y en medio, varios silencios... ¿Ausencia de murciélagos, o es que no hubo nadie que llenara ese tiempo?... Qué dulce mi almohada, que tanto se deja querer.

No sé el tiempo que llevo enredada entre estas sábanas, entre otras cosas porque el tiempo ha dejado de latir. Ahora no cuento con ninguna cadencia, todo se precipita o se suspende en el aire. Y en ambos casos el peso es insoportable. Y pienso, mientras te abrazo, que tienes que dejar de dolerme, mi querida almohada.

22 de agosto de 2008

Rebrotes

Foto: Kassandra



Me doy cuenta de que sólo quiero florecer. Eso, siendo hoja, es como ser pájaro y querer irse con las mariposas monarca, pero no me resisto a germinar unos capullos de rosa en el vientre, o a guiar los zarcillos de tu enredadera alrededor de mis pezones. Es ésa mi manera de abandonar lo estéril; dejar que acabes entre mis muslos y riegues los helechos que allí te encuentres.


Hola.


15 de agosto de 2008

Sóplame


Me voy unos días.
Ya me estoy yendo...


9 de agosto de 2008

Niebla o Paz


No consigo serenarme.
Recuerdo las plazas en los pueblos, a una hora temprana, todavía el sol es un regalo…
Pero yo no consigo serenarme.
La cortina de plumas que es el aire, el banco de piedra alrededor del olmo, como en la mayoría de las plazas de los pueblos, las fuentes…
Y no lo consigo.
Un perro en la noche que no sabe donde va, un gato que sabe donde está el perro, la foto que de ellos hacen mis pupilas…
La luz entra y salen luciérnagas de mis ojos.
Ahora soy el humo o la inercia de la nieve.
La niebla, una curva suave…
Y sin embargo, no consigo serenarme.

4 de agosto de 2008

Tres deseos de un trago


El genio de la botella me da las gracias por dejarle descansar enviando mis tres deseos a otra parte.

He colocado uno entre la espada y la pared, y ahí estará hasta que la espada se rompa o la pared se derrumbe, o bien hasta que el propio deseo acabe confesando su significado. A otro he logrado encajarlo entre dos libros de la estantería; ahora se siente seguro a la orilla de Kafka, pero le desalienta tener que dar cuerda al mundo después; él no es ningún pájaro, sólo el deseo de encontrar las palabras siempre. Y el tercer deseo quiere que vayamos a la cocina; es un deseo sibarita que gusta de entretenerse con especialidades; es el mismo que suele venir a hacerme cosquillas en los pies cuando estoy dudando sobre qué dirección tomar.

El genio contempla el tráfico de deseos desde dentro de su botella y no puede evitar reírse. Sólo soy parte de un teatrillo infantil.

Yo también acabo riéndome; al fin y al cabo, él sólo es un pequeño genio inventado, tan pequeño que cabe en una botella.

Foto: http://zarandeo.blogspot.com/

2 de agosto de 2008

Duna de agosto

Empiezan los días de agosto y el lento oleaje de las dunas.

Todo concluye en el desierto, como el punto final de una escapada. La arena, en realidad, es un conjunto de puntos suspensivos sometidos al acercamiento; no es de extrañar entonces que no haya nada en el desierto, salvo un aire de indecisión.

La gran duna de agosto se presenta, pues, como un inmenso interrogante que crece y avanza en proporción a las incógnitas que alberga.

Algunos granos de arena conseguirán desviarse e incorporarse a otras dunas; a la duna de noviembre, por ejemplo, tan pacífica ahora que se ve venir de lejos; pero la mayoría, serán la sábana de arena sobre la que me acueste cuando la noche inicie su turno de preguntas, y yo no tendré más remedio que seguir avanzando.

Foto: Chema Madoz