1 de agosto de 2014


Es la mañana la que se derrama por el borde de la copa,
besos de uva y lágrimas de vidrio,
Azul, ¿dónde estás?
¿por qué sólo veo
caballitos rojos escapándose,
corazones negros y ovejas en un círculo?
Quiero el agua que lo funde todo,
y escapar
con el agua que lo funde todo,
y mojarme
con el agua que lo funde todo,
y beberme el agua
que todo lo funde.
¿Dónde estás, Azul?
-turquesa en unos ojos,
donde el horizonte no traza líneas
ni hay camino que seguir-
Es la mañana la que te devuelve a casa
persiguiendo caballitos rojos en el borde de una copa.

31 de julio de 2014


Se cierran las ventanas
para dejar de lado la lluvia y volver
al útero doméstico con sus extraños ruidos fronterizos.
Un paso al frente y todo se habrá rehecho,
la mesa seguirá llena de piezas de cuero
y aquí seguirá Herbie Hancock liándola con Jaco Pastorius.
Otro trago de pacharán,
otra escapada al techo,
las mismas campanillas de madera,
el timbre mudo.
Las palabras salen de sus capullos de seda
convertidas en lo que no se espera;
son presa de la caza furtiva,
material para coleccionistas de ventanas abiertas.

28 de julio de 2014

Zig Zag

Soy inconstante.

A veces no encuentro una senda para que anden mis pasos y voy dejando huellas donde menos se las espera; unas porque las llevó hasta allí su afán de búsqueda, otras por el simple hecho de saber que han caminado, y las más por estar seguras de que ése era el momento para echar a andar.

Soy inconstante. Lo reconozco.

Me aburren los paisajes perpetuos, las cosas sin opción, el mar con su estúpido límite horizontal, las huellas sin movimiento de algunos recuerdos (todavía no entiendo cómo mis pasos me pudieron llevar hasta ese lugar tan inseguro, parecido a una ciénaga...)

Soy inconstante. Lo reconozco. Lo acepto.

Un día encontré una huella tuya en mi pensamiento, y fue cuando supe que habitabas en él. Desde entonces no paro de observarte, y admiro esa manera tuya de abstraerte, de intentar parecer que no estás sin conseguirlo. Yo miro tu traje de camuflaje y en realidad lo que veo son animales en movimiento, y también un lugar donde volver a jugar descalza, desnuda, sin artificios.

Soy inconstante. Lo reconozco. Lo acepto. Y me gusta.

Me divierte jugar a ignorar el tiempo, los límites y los plazos. Hacer planes, incluso, es un límite impuesto a la frescura irregular de algunos acontecimientos. Me divierte pensar que yo no estoy dentro de esa esfera, sino que tengo un espacio aparte, fuera de su órbita diaria, donde puedo hacer malabares con los minutos y las horas. Y, por supuesto, me gusta saber que tú estás en ese espacio tan vital para mí.

23 de febrero de 2010

Reloj de agua

Son las cuatro en mi reloj de agua

y el agua es a la vez Tiempo y Nada.

El Tiempo es azul

y Nada es nada.

Es tan simple que parece sencillo

llenar los minutos y las horas,

llenarlos de agua y dejar

que nada los toque.

Bizcocho de Febrero

Mediodía huele a naranja en tu cocina,

es la luz con canela en el horno

y el tacto dorado de tus dedos repartiendo azúcar.

Abres la mano para liberar tu olor de avellanas

y es tu lengua lo más crujiente de todo.

No se me ocurre un color más tostado

que el de la miel de tus ojos-almendra

mientras cantas en la cocina.

Y yo vuelvo a sentirme niña

adicta a las tardes y a las meriendas,

al chocolate caliente y a los besos templados,

y vuelven tus manos a trabajar la masa,

y a mí me parece que me acaricias por dentro

y que después me abrazas.



Revelación

Alineación a la derecha Fotografía: Jelena Lappo


Todo es fruto tuyo,
todo cuanto miras,
lo que ves y lo que no ves.
Todo se recoge y se condensa
en la niebla de tu espejo cuando te bañas.
A un lado las olas de tu cuerpo,
al otro el acantilado de tu boca,
en medio las palabras náufragas
como aquellos violines del Cantábrico
que me hicieron temblar una vez.
Sentir que todo es tuyo
sin levantar la vista,
sin ni siquiera abrir los ojos,
eso lo explica todo,
todos los libros se escriben aquí,
en tu bañera,
frente al espejo.

27 de octubre de 2009

El genio de la botella


El genio trepó por el cuello de la botella y consiguió abrirla. Salió dando vueltas como una pirindola. No hubo nube que lo acompañara porque no había tiempo para la nube. Tampoco había tiempo para la sorpresa porque el tiempo se quedó dentro de la botella. La pirindola avanzó dando vueltas hasta alcanzarme, sólo era un pequeño genio con un traje de colores, así que su deseo era sencillo: contar lunares.


El genio dio siete vueltas a mi alrededor y anotó un número en una pequeña libreta.


-¡Siete!- Dije yo creyendo adivinar el número.


-¡Ciento siete!- Dijo el genio creyendo adivinar mi edad.


Nos miramos un instante para superar el desconcierto y rompimos a reír. Vaya par de ingenuos...