Soy inconstante.
A veces no encuentro una senda para que anden mis pasos y
voy dejando huellas donde menos se las espera; unas porque las llevó hasta allí
su afán de búsqueda, otras por el simple hecho de saber que han caminado, y las
más por estar seguras de que ése era el momento para echar a andar.
Soy inconstante. Lo reconozco.
Me aburren los paisajes perpetuos, las cosas sin opción, el
mar con su estúpido límite horizontal, las huellas sin movimiento de algunos
recuerdos (todavía no entiendo cómo mis pasos me pudieron llevar hasta ese
lugar tan inseguro, parecido a una ciénaga...)
Soy inconstante. Lo reconozco. Lo acepto.
Un día encontré una huella tuya en mi pensamiento, y fue
cuando supe que habitabas en él. Desde entonces no paro de observarte, y admiro
esa manera tuya de abstraerte, de intentar parecer que no estás sin
conseguirlo. Yo miro tu traje de camuflaje y en realidad lo que veo son
animales en movimiento, y también un lugar donde volver a jugar descalza,
desnuda, sin artificios.
Soy inconstante. Lo reconozco. Lo acepto. Y me gusta.
Me divierte jugar a ignorar el tiempo, los límites y los plazos. Hacer
planes, incluso, es un límite impuesto a la frescura irregular de algunos
acontecimientos. Me divierte pensar que yo no estoy dentro de esa esfera, sino
que tengo un espacio aparte, fuera de su órbita diaria, donde puedo hacer
malabares con los minutos y las horas. Y, por supuesto, me gusta saber que tú
estás en ese espacio tan vital para mí.