"No soy hoja de árbol genealógico", le dijo una tarde la hoja al nombre que quería ser su rama. Y dicho esto, ella misma cortó su peciolo y se dejó caer. Al rato se oscureció la hierba, se acurrucaron las briznas, apareció la luna con sus flechas en la boca. Y la hoja seguía alimentándose de horas frías y nutritivos silencios. A la mañana siguiente, donde había estado la hoja, había ahora un lecho de musgo, y debajo, un hatillo de secretos se deshacía y fluía como el agua. Hasta aquí llega ese reguero de palabras.
3 comentarios:
Tras perderme por el bosque, por fin te he encontrado.
A eso se le llama una hoja anarquista.
Un besote.
Buen comienzo para esta segunda parte. Un placer perderse en tu bosque.
Si llegas a estar mucho tiempo perdido, habría ido a rescatarte38 grados. Me gusta que estés aquí.
Bienvenido de nuevo, Júcar, el placer es mío.
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